domingo, 10 de febrero de 2008

ENSENADA DE ENSUEÑO

CARLO MAGNO TORRES LORA


Es un pedazo de paraíso perdido en un pedacito de litoral norteño. Una aventura que valió la pena emprender, pues el contacto directo con la naturaleza virgen que se vive es inigualable.

Nuestro objetivo apuntaba al norte de Chiclayo, por la carretera a Bayóvar para después tomar un desvío. Pero, esa vía fue destruida por la Laguna La Niña, la cual se formó en 1998 a consecuencia del fenómeno de El Niño. Debíamos optar por otro rumbo, ir hasta Piura para empezar realmente nuestro periplo y llegar a la playa que teníamos en mente conocer: Los Barrancos.








CONTACTO CON LA NATURALEZA

Llegamos a Piura y frente al terminal, nos embarcamos en una combi con destino a Sechura। Era cerca del mediodía y el calor, a pesar de estar en otoño, se hacía insoportable. Durante el camino, llegando a Catacaos, a nuestra izquierda, se apreciaba una extensa plantación de algodón, el cual estaba dividido en parcelas por unas enormes y espigadas palmeras cocoteras convirtiendo al paisaje en una hermosa pintura plasmada en un azulado lienzo de cielo.

Después de dos horas llegamos a Sechura; decidimos almorzar, mientras esperábamos que se llene el colectivo y a las tres y media de la tarde, salimos a Bayóvar.

La tarde se hacía un poco tibia, al parecer, por que viajábamos a trescientos metros paralelamente al mar. Desde la ventana del auto se podía contemplar un tranquilo y hermoso mar aturquesado; sobre él, bolicheras y pequeñas embarcaciones pesqueras, desde la caleta Mata Caballo hasta Parachique. Aquí, la carretera entra hacia el este alejándose del litoral, para pasar por el puente Virrilá que cruza un río al revés y hace el mar en la tierra (como lo describe El Caminante), una especie de laguna llena de vegetación, habitada por muchas aves.

Conforme se avanza, la vegetación se hace más tupida; algarrobos a diestra y siniestra parecen darnos la bienvenida. Llegamos a un óvalo en ruinas, tomamos el camino de la derecha y después de unos diez minutos, se detuvo el colectivo junto a la entrada de un camino de trocha. De allí con treinta kilos de mochila sobre nuestras espaldas, caminamos por más de media hora entre un bosque que no parecía tener fin. Se sentía una suave brisa y entre los árboles, se habría poco a poco un fantástico mar que bañaba y acariciaba como gigantesco velo espumado una ensenada en forma de pequeña bahía con tres fantasmales y pequeñas casas de pescadores aparentemente casi abandonadas, como si el tiempo se hubiera detenido.



CONTACTO HUMANO

Casi desmayados y exhaustos, llegamos a la orilla de un pequeño barranco cuando encontramos un campamento con nueva amigos. Nos dieron la bienvenida y nos invitaron a quedarnos con ellos, decolgamos las mochilas casi petrificadas de nuestras espaldas sintiendo tal alivio que parecía no sentir la atracción de la gravedad terrena, sentía volar sobre el momento justo de la creación.

Al poco rato nuestros anfitriones, salieron de pesca en un pequeño bote a motor, sólo cuatro zarpaban, quedándonos los demás a preparar la cena. Antes de esto quisimos irnos a bañar, pero una de las chicas nos alertó que no lo hagamos sin utilizar un cayac, llegar a una balsita y de allí usándola como pequeño espigón meterse un chapuzón en el agua sin tocar el piso, para no correr el riesgo de ser picado por una tapadera o raya.

A su regreso de la pesca, llegó más gente remolcando un bote. Después del respectivo saludo, nos dispusimos a cenar, haciendo tiempo para fotografiar a la Luna. Saliendo entre la costa y el mar, ésta dibujaba con su reflejo en las aguas, un pálido manto plateado, experiencia única y maravillosa, muy difícil de olvidar.

Al amanecer y después de un merecido descanso, disfrutamos de otro espectáculo natural, esta vez, el protagonista era el eterno enamorado de la Luna, el astro rey; su salida tiene lugar por el mar, dando la impresión de estar en el Atlántico, debido a que esta parte de la costa es una gran curva que entra en el mar. Por consiguiente, el sol se oculta por los cerros que la forman.



AVENTURA EN LA AVENTURA

Cantimplora y cámara en mano salimos a la verdadera aventura: caminar hacia el norte en busca de la playa Los Barrancos y lo que allá pudiéramos encontrar.

Pasando la curva nos dimos cuenta del porque de su nombre: pequeños barrancos colmados de vegetación variada y muchos algarrobos, daban vida a una playa abierta; desde arriba se podía ver la grandeza y majestuosidad de l lugar lleno de caracoles, conchas de abanico, huesos de aves, tapaderas resecas, algas y unas cuantas tortugas marinas varadas por el azul acuático; el sol apenas comenzaba a calentar el paisaje que nos prometía más. Después de tres cuartos de hora, encontramos gaviotas y pelícanos apostados en la arena, los mismos que al vernos levantaron vuelo huyendo hacia las aguas. Parecían temernos.

Continuamos con la travesía. Estamos alejados hora y media del campamento; la playa se coloreaba de naranja a causa de los miles de carreteros que salían de sus guaridas en busca de alimentos. Un par de lanchas navegaban silenciosamente cerca de la costa adornando el paisaje que no dejaba de ser paradisiaco.

Llegamos lo más lejos que pudimos llegar; el sol -a pesar de estar junto al océano- calcinaba tanto que al contemplar el lado oeste de la bahía hacía reverberar la arena formando espejismos de oasis। Descansamos un poco para dar la media vuelta de regreso; el camino se llenó más de carreteros, pequeños caracoles que formaban una curveante vereda amarilla entre la arena y la espuma, restos de caparazones de erizos y una gran cantidad de aves que llegaban en busca de su alimento favorito: moluscos y mariscos que ellos mismos pescaban en prodigiosos clavados.

Nos aparecimos en el campamento por la tarde, teníamos el cuerpo matado y después de un buen chapuzón almorzamos con tres amigos que también acababan de arribar con una buena cantidad de pescado. Descansamos hasta el siguiente día, alistamos nuestras cosas y emprendimos el viaje de regreso a Chiclayo, con la promesa de volver en otra ocasión a ese inolvidable paraíso escondido en un lugar de nuestro norte.

No hay comentarios: