domingo, 10 de febrero de 2008

EL ETERNO GUARDIÁN DE LA FORTALEZA DEL CERRO BORÓ

Carlo Magno Torres Lora

A pocos kilómetros de Chiclayo, yendo por la carretera a Cayaltí al margen derecho, hay un pequeño desvío para llegar a la Laguna Boró y es justamente allí, donde empieza nuestra aventura.

Nos disponíamos a visitar la Laguna y gracias a un vigilante, el cual nos negó el pase, no quedó otra que idear la subida al Cerro. Eran casi las 9:30 de la mañana, cuando empezamos a trepar por sus empinadas y resbaladizas faldas, tropezando con enjambres de avispas, espinosos cactus y toda clase de inimaginables obstáculos; pero valió la pena, porque a unos metros de la cima, se podía divisar toda la majestuosidad del valle. Ahora el reto, era llegar al otro lado de la ladera para conquistar la cumbre más alta. Hora y media después descansamos un momento y al disponernos a continuar con nuestra empresa, nos sorprendió el enorme aleteo de un enorme buitre real, el cual salió en fugaz vuelo de una pequeña cueva ubicada entre unas gigantescas rocas debajo de nuestros pies, tal vez huía de nosotros o quizas iba en busca de alguna presa, la sorpresa fue tan repentina que no atinamos a tomarle siquiera una fotografía. Recojiamos las mochilas y demás chivas para continuar, cuando pudimos divisar entre esas rocas un enigmático perfil del rostro de un hombre Moche, con la mirada perdida en el horizonte y el tiempo, parecía ser un eterno guardián de las ruinas que más adelante encontraríamos.

Extaciados y exhaustos por todo el privilegio que habíamos tenido de llegar a la parte más alta del Cerro, preparamos las cámaras, comenzamos a tomar fotografías a diestra y siniestra, para luego alimentarnos recobrando las energías perdidas al subir, las mismas que necesitaríamos para el regreso. Después de haber sido dueños del valle por unos momentos, decidimos emprender la bajada por el otro lado del sendero, simplemente por curiosidad y puro deporte, cuando algo nos llamó la atención. Era una construcción –al parecer pre-inca- de piedras semejantes a las de Kuelap, con murallas de unos 10 a 15 metros de alto por 60 de largo y las más pequeñas de un metro de alto por 50 a 80 metros de largo, donde se contemplaba todo el valle en sus cuatro puntos cardinales, razón por la que pensamos que se trataba de una fortaleza de estrategia militar. Todas las construcciones mostraban deterioro por parte de la presencia de huaqueros y falta de cuidado arqueológico, había trozos de cerámica, pedazos de huesos –tal vez de algún animal- con el toque de basura descartable, quizas dejada por irresponsables visitantes.

Nuestro regreso lo hicimos cerca de las tres de la tarde, buscamos el camino de fácil acceso a bajar y así, evitar mayor cansancio. Uno de nosotros divisó una enorme duna por la parte posterior, la cual obviamos al subir y comenzamos el descenso más rápido de todas las aventuras.

Las anécdotas y experiencias que tuvimos, serán muy difíciles de olvidar, ese perfil Moche, obra exquisita de nuestra Madre Naturaleza, aún es tema de conversación entre los pocos que tuvimos la oportunidad de verlo. Días después, un grupo de amigos volvió a trepar el Cerro. Esta vez, no era para hacer fotografía, ellos fueron en busca de acción y destilar adrenalina con sus tablas practicando un poco de Sandboard. No cabe duda que, el Cerro Boró tiene magnetismo para llamar la atención de muy pocos, al parecer, por el celoso resguardo de su eterno Guardián.

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